Nuestra mente: ¿amiga o traicionera?

Cuantas veces nos damos cuenta que estamos sumergidos en situaciones o pensamientos del pasado, diálogos interminables  que nunca ocurrieron, cuentas pendientes que no cerramos. Otras veces caemos presas de una ansiedad anticipatoria por sucesos que no existieron y en el noventa por ciento de los casos nunca ocurrirán pero nos dan vuelta en la cabeza generando la misma sensación que si estuvieran ocurriendo ahora. Decimos: estoy preocupada por…y toda esa energía queda estancada en nuestra mente y nos distrae de lograr nuestros objetivos, de vivir saludablemente.

¿Qué pasa con esta mente? ¿Nosotros pensamos, por lo tanto sentimos, o ella “nos piensa” a nosotros?  Nos dejamos invadir muchas veces por la angustia de un futuro incierto que todavía no pasó o por situaciones del pasado que ya fueron y no tienen retorno. Qué locura! ¿Cómo parar esta máquina tan valiosa que es capaz de tanto cuando la utilizamos a nuestro favor? ¿Cómo detenerla, hacer que se calle, que se serene, que se aquiete, que no se suba al ritmo enloquecedor de la sociedad que nos tocó vivir?

¿Cómo entrenarla para que no se la pase emitiendo juicios de valor para todos y para todo? ¿Cómo enseñarle a no tomarse todo personal, a comprender que lo que el otro dice se trata del otro, no de mí?
¿Cómo enseñarla a detenerse antes someter a crítica a otras personas, situaciones, circunstancias? ¿Cómo pedirle que descanse un poco en su rol de evaluador interno? ¿Cómo pedirle a nuestra mente que tenga apertura para poder escuchar verdaderamente al otro? ¿Por qué no pedirle que sepa cuándo correrse para que trabaje un poco más nuestro corazón y podamos escuchar nuestras intuiciones?

¿Se puede lograr esto? Sí, se puede. Pero esto requiere de cierto entrenamiento. Lo primero es tomar conciencia de nuestros pensamientos: observarnos. Lo segundo es tomarnos algún descanso durante el día ya sea concentrándonos en la respiración por unos breves minutos para lograr una relajación o a través de algún tipo de ejercicio, caminata al aire libre y conexión con la naturaleza. Podemos recurrir a la oración, a la meditación o sacar la atención de nuestra ajetreada agenda de la manera que elijamos pero siempre tomando conciencia de cuáles pensamientos elijo y cuáles “me eligen a mí.”

Vivir a conciencia me va a permitir utilizar mi tiempo más efectivamente y poder desplegar mis potencialidades. Debería usar mi tiempo ocupándome y no preocupándome. Pero solo llegaré a la acción si le doy un descanso a mi mente y accedo a un nivel de conciencia más alto que me  va a permitir más tarde, ver las cosas con más claridad. Para eso tengo que primero vaciarme de mis pensamientos, juicios, quejas, opiniones, para luego poder darle lugar a la creatividad.

Los que creemos en Dios decimos que esos pensamientos son una conexión con la energía divina. Los que no creen en Dios pero alguna vez han meditado, saben que es la forma de conectarse con su parte sabia, esa parte nuestra que sabe pero que no siempre tenemos acceso a ella por el ruido de nuestros pensamientos diarios. Algunos la llamarán la energía del Universo, otros la energía divina y otros pura creatividad. Pero todos sabemos que existe.

La próxima vez que me descubra teniendo un diálogo imaginario, tratando de demostrar al otro que está equivocado, vale la pena detenerse y preguntarse si elegimos desperdiciar nuestro valioso  tiempo con esos monólogos y si no le encontramos utilidad, quizás podamos pedirle a nuestra mente que sea nuestra mejor amiga y que no nos traicione con pensamientos improductivos que tarde o temprano nos van a hundir en la angustia. Démosle permiso a nuestra amiga para estar siempre conectada con nuestra creatividad y posiblemente viviremos una vida llena de alegría y entusiasmo.

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